Davina | Capítulo 8
27.2.16Nise se detuvo dándonos la espalda.
—¿Cómo sabes que...?
Nico me interrumpió colocando su brazo sobre mi hombro. Nise giró la cabeza y, mirándome por el rabillo del ojo, respondió:
—Confía en mí.
Empezó a andar y nosotros le seguimos. Yo solo veía vegetación por todas partes y no entendía cómo él podía saber en qué dirección íbamos.
—Lo siento —dijo Nico a mi lado.
Le miré esbozando una pequeña sonrisa.
—¿Por qué?
—No fue muy acertado por mi parte decirte aquello...
Llevé las manos a mi espada y comencé a balancear mi cuerpo sobre mis pies. No me sentía especialmente bien haciéndole creer que me divertía la situación, pero merecía un poco de sufrimiento.
—No debiste hacerlo teniendo novia —afirmé—. Y aunque no la tuvieras, es de muy mal gusto que insinúes ese tipo de cosas a una chica decente que en ningún momento te ha dado a entender nada especial.
Antes de que pudiera añadir algo más, aceleré el paso y me situé al lado de Nise.
—¿Qué te ha dicho? —Su tono de voz volvía a ser algo brusco.
—¿Por qué me hablas así? —contraataqué.
—¿Y tú por qué has vuelto a hablar con ese... paje?
Arrugué la frente al escucharle y detuve mis pasos. Bajé la cabeza conteniendo cierta rabia que empezaba a bullir en mi interior. Conté mentalmente hasta diez para intentar relajarme, pero, al levantar la mirada y ver que también se había detenido para mirarme con una ceja alzada, no pude.
—¿Qué tiene que ver Nico en todo esto? —dije entre dientes.
—¡Mucho! —exclamó Nise, un poco más alterado de lo que yo ya estaba.
—¡Eh! —Nico llamó nuestra atención aparentando esa tranquilidad que ambos habíamos perdido.
—¿Qué? —preguntamos ambos, y nos miramos al ver que habíamos hablado a la vez.
—Si vais a pelearos —En ningún momento cambió el tono de su voz— no me metáis en medio, Yo no tengo la culpa de esa tensión sexual no resuelta que parece haber entre vosotros.
—¿Cómo te atreves a asegurar semejante tontería? —Aquello había sido ya el colmo para mis oídos. Miré a Nise con el ceño fruncido esperando que apoyara mis palabras.
Pero no lo hizo.
Un aura de luz le rodeó y volvió a transformarse en la misma criatura pequeña que llegó a mi mundo para traerme a ese en el que me encontraba. Relajé mis músculos mientras él volvía a emprender la marcha sin decir nada. Me decepcionó que no dijera nada ante el comentario de Nico. Suspiré y seguí caminando sin dirigir la palabra a ninguno de los dos. A mi alrededor todo era silencio, salvo por algunas ramas que crujían y el poco viento que soplaba.
El camino de salida del bosque fue muy largo, tanto, que me dio tiempo a pensar en todo. El enfado se había esfumado y ya solo quedaba una duda que no lograba resolver en mi cabeza: ¿qué sentía Nise por mí? ¿O qué sentía yo por él?
«No puedes pensar en ello ahora, Davina —reprendió mi subconsciente—. ¡Concéntrate en lo que tienes que decirle al Oráculo!»
Llegamos a un amplio claro en el que ya no se veía la maraña de ramas ni arbustos. La hierba verde se extendía hacia el horizonte y solo algunos árboles se distribuían por el terreno.
—Ya estamos fuera del bosque —Fue lo único que dijo Nise.
Inspiré hondo y continué caminando por detrás de ellos. Nico se encontraba al lado de la pequeña figura de nuestro guía, en silencio. Entorné los ojos al observar algo extraño en el horizonte. ¿Sería aquello el reino polar?
—¿Qué es eso de allí? —pregunté, aunque no sabía si obtendría respuesta.
—Es el reino polar —respondió Nico— ¿no, Bobb?
Él solo asintió. La luz del día empezaba a decaer, habíamos estado gran parte del día metidos en el bosque y pronto la oscuridad nos acecharía. Nunca había tenido que enfrentarla al aire libre, por lo que no sabía cómo me sentiría. Intenté no pensar mucho en ello, me conocía lo suficiente como para saber que no debía adelantarme a los acontecimientos.
—¿Qué os parece si buscamos algún lugar cómodo donde pasar la noche? —sugirió Nico.
Rápidamente miré a Nise en busca de una respuesta, pero él solo dijo:
—Como ella decida... Davina es la que manda.
—Entonces busquemos algún buen sitio —Sonreí, mirando a Nico.
Aunque unos segundos después, miré de reojo a Nise, que me observaba con una sonrisa. Sin decir nada más, los tres nos pusimos a buscar algún buen lugar donde poder descansar sin sentirnos amenazados. Quizá la más preocupada por eso último fuera yo.
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