El talismán de Kili | Relatos Kiliel

21.2.19


Resulta que el otro día, después de pasar unos bastante malos, me entraron ganas de escribir otro relato de esta pareja que me encanta y, por eso, me puse a ello reviviendo la escena que narro a continuación. Es decir, la escena que leerás en este relato aparece en la película, pero la he alargado con algunas cosas que realmente no suceden en ella. Espero que disfrutes de la lectura tanto como yo lo hice al escribirla.


Si no leíste el anterior, te invito a que te pases por: El amor de un enano.


Smaug había muerto y la Ciudad del Lago había quedado desolada. A sus habitantes solo les quedaba empezar de cero y, en el mejor de los casos, reconstruir la ciudad. Mientras Óin, Bofur y Fili se preparaban para partir hacia la Montaña Solitaria y reunirse con el resto de la Compañía, Kili se debatía entre hablar con Tauriel o no. Pero ¿cómo dejarlo pasar si era posible que no se volvieran a ver?

Por su parte, Tauriel no dejaba de mirarle. Aún recordaba las palabras que Kili había pronunciado en un momento de delirio. Le gustaría tanto que fueran reales, pero también se recordaba a sí misma que aquello no estaba hecho para ella. Ni siquiera conocía el significado del amor… Vio cómo se acercaba el enano y, aun sabiendo que cerca se encontraba Legolas, permaneció en el sitio. La curiosidad por saber las intenciones de Kili eran demasiado fuertes.

—Tauriel.

Demasiadas emociones juntas con la simple mención de su nombre.

—¡Kili! Venga —Tauriel observó a Fili mientras empujaba la barca junto a Bofur y a Óin—, ¡nos vamos!

No obstante, Kili mantuvo fija su mirada sobre ella. Tauriel bajó la suya consciente de que él debía marcharse. En su situación estaba segura de que lo haría.

—Es tu pueblo. —Levantó la cabeza de nuevo para fijar sus ojos en él—. Debes irte.

Y se marchó sin mirar atrás. No quería despedirse de él, no mientras aún tuviera la esperanza de volver a verle, aunque no estuviera segura de que fuera posible. Entonces, la propuesta de Kili provocó que algo dentro de ella se removiera.

—Ven conmigo.

Ella se giró sorprendida. ¿Cómo podría acompañarle? Eran de dos mundos diferentes.

Kili se acercó más a ella.

 

—Sé lo que siento, no me da miedo. Tú me haces sentir vivo. —Sonrió.

No supo si se debía a la sinceridad de sus palabras, a su sonrisa o a todo el conjunto, pero Tauriel en ese momento habría dado lo que fuera por poder acompañarle. Sin embargo, era imposible que eso sucediera.

—No puedo… —Giró la cabeza sin poder sostenerle la mirada.

—Tauriel. —La agarró del brazo—. Amrâlimê

La elfa volteó la cabeza con rapidez al escuchar lo último.

—No sé qué significa.

Sus ojos se mantuvieron fijos en los del enano, quien no dudó en afirmar con una sonrisa:

—Yo creo que sí.

Ella dio un paso más hacia él con la intención de decirle algo, pero levantó la mirada, viendo que Fili los observaba y sintiendo una presencia familiar cerca de ella.

Mi señor Legolas —dijo Tauriel en lengua élfica.

Kili frunció el ceño.

Despídete del enano —indicó Legolas en la misma lengua. Kili le miró manteniendo el gesto—. Se te necesita en otro lugar.

Tauriel miró a Kili sin saber qué hacer. ¿Obedecer a Legolas o hacer caso a lo que le dictaba su corazón? Sin darse cuenta, dio un paso atrás y él, con el ceño aún fruncido, se dirigió hacia donde se encontraba su hermano. Ella le observó sin hacer ni decir nada, sintiendo cómo algo se derrumbaba en su interior. Entonces Kili se giró y volvió a acercarse. Tomó su mano y Tauriel bajó la mirada para observar cómo depositaba su amuleto sobre ella y la cerraba después. Kili levantó sus manos, que aún sostenían la de ella, y habló mirándola a los ojos:

—Consérvala. Como promesa.


A pesar de la tristeza que la elfa silvana sentía, aquel simple gesto la llenó de regocijo. Tanto, que sonrió, sujetando fuerte el amuleto. Vio a Kili marcharse con decisión y subir a la barca. Se iba. Se alejaba de ella y no era capaz de hacer nada para detenerlo y poderle expresar sus sentimientos de alguna forma. Abrió la mano para observar lo que le había dado y derramó algunas lágrimas, consciente de lo que aquello significaba.

Y aunque Kili y el resto de los enanos empezaban a alejarse, Tauriel corrió, no sin antes guardar en su atuendo el amuleto.

—¡Kili! —Le llamó.

Él se dio la vuelta y la vio correr hacia ellos. En un impulso, soltó el remo, saltó de la barca y con toda la rapidez que le permitía el agua, se acercó hasta ella. Ambos se fundieron en un abrazo tan intenso que, de haber podido, hubieran sentido el torrente de sensaciones del otro.

Volveremos a encontrarnos, Kili —se despidió ella en lengua élfica.

El abrazo se intensificó un poco más hasta que ambos se separaron. Kili no podía hacer esperar más a los otros tres enanos.

—Hasta pronto, Tauriel.

Le vio alejarse a través del agua y, cuando volvió a subir a la barca, la elfa volvió a la orilla para reunirse con Legolas. Era hora de partir.




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