El susurro de los árboles

26.1.19


Hace mucho tiempo publiqué el siguiente relato en el blog que creé para compartir exclusivamente escritos sobre una saga. Formaba parte del contenido extra, ya que esa escena no se encontraba dentro de la trama oficial, aunque me gustara mucho escribirla. Espero que te guste y te anime a leer Aeferdana en Litnet.


Era el turno de Thyria para hacer guardia y ambos se habían quedado solos en el campamento. Habían intentado dormir, pero ninguno de los dos podía hacerlo. La situación lo impedía. Sindar y Aeferdana miraban hacia el cielo estrellado sin poder observarlas del todo bien, pues las copas de los árboles dificultaban esa preciosa visión. Quizá por eso, los aprendices se dieron la vuelta coincidiendo sus miradas en el mismo espacio. Sindar sonrió, sorprendido y a la vez avergonzado. Aeferdana, por su parte, mantuvo su mirada fija en él. Sus rasgos en la oscuridad le parecieron mucho más atractivos que por el día, y al pensar en ello se ruborizó y apartó sus ojos del rostro de su compañero.

—¿No puedes dormir? —preguntó Sindar después de mirarla en silencio durante unos minutos.

—Tú tampoco, por lo que veo —respondió ella.

El silencio volvió a reinar entre ellos mientras que las sonrisas de ambos iluminaban aquella noche estrellada que los abrigaba con su manto. No hacían falta las palabras que tan fácilmente podrían estropear aquello, por eso dejaron que las palabras se perdieran en lo más profundo de su ser y no llegaran a su destino. Aunque ninguno de ellos dejó de mirar al otro mientras sus pensamientos vagaban por senderos completamente desconocidos.

Hasta que Sindar no pudo más y volvió a quebrantar el silencio.

—Piensas lo mismo que yo ¿verdad?

—¿A qué te refieres? —preguntó en respuesta Aeferdana.

—A que quizá todo esto nos venga demasiado grande. Quizá Thyria esté acostumbrada a este tipo de misiones, pero nosotros venimos de Soram y no tenemos ningún tipo de experiencia en esto. No somos Guardianes experimentados, ni siquiera podemos considerarnos aprendices...

—Quizá tengas razón, Sindar —interrumpió ella, pensando aún en las palabras dichas por el aprendiz de caballero—, pero es importante que estemos a la altura si queremos llegar a cumplir con nuestro sino. El camino puede ser bastante largo y sinuoso, pero valdrá la pena llegar al final. ¿No crees?

—Sí, pero en alguna parte de mi ser siento que esta misión no es mía.

De nuevo, el silencio se apoderó de la situación.

El chico no podía evitar pensar que era un estorbo y que los Grandes Maestres no confiaban en la valentía del chico como para ponerle una prueba en solitario. Aunque apreciaba enormemente poder compartir con Aeferdana momentos tan importantes como aquel, en el fondo no podía engañarse a sí mismo.

Ella era más valiosa que él para la Hermandad.

Y no lo decía por desprestigiarse a sí mismo, sino porque sabía perfectamente cuál era el secreto mejor guardado de los Silverlock. Tanto, que ni siquiera la propia Aeferdana lo sabía. Pero tampoco le correspondía a él decirle que era heredera de la Maga Azul, ni que sus poderes no eran ni la mitad de lo que amenazaban con ser.

Sindar no era más que el hijo de una familia reconocida de caballeros. ¿Qué podía ofrecerle aquello? Solo la seguridad de pertenecer a la Hermandad, pero sin la certeza de llegar a convertirse en alguien recordado. No es que la fama fuera un tema que le preocupara en demasía, pero por algún motivo quería que Aeferdana se fijara en él.

—¿En qué piensas?

La chica consiguió sacarle de sus pensamientos, encontrándose la bonita sonrisa que pocas veces había visto en ella.

—En nada que deba preocuparte. ¿Qué te parece si intentamos dormir? Tendremos que descansar antes de que nos toque la próxima guardia.

—Tienes razón. ¡Buenas noches!

Acercó su rostro al de él y depositó en su mejilla un beso delicado, suave. Sindar la miró sorprendido. Por suerte para él, la escasa iluminación no permitiría que Aeferdana viera el rubor de sus mejillas.

—Buenas noches, Aeferdana.

Lo último que él recordó fue quedarse dormido mirándola a los ojos. Lo último que ella recordó fue pensar que empezaba a verlo con otros ojos.


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1 opiniones

  1. Amo esos pequeños detalles que hacen que todo cambie. Una sincera opinión, que debele la fragilidad del alma, bajo una bella noche estrellada y, zaz, el rumbo cambia para mejor.

    Necesito pasarme a leer tu historia, por lo pronto volveré en el día a escarbar por aquí a ver que más encuento.

    Saludos!

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