Extracto nº 6: Julián y Raquel
17.6.18— ¿Te llevo?
Reconoció la voz al instante.
—Si no te importa… —respondió ella.
—Venga, sube.
Rodeó el coche y entró por la puerta del copiloto. Tras cerrar la puerta, giró la cabeza hacia él y le descubrió mirándola. La penumbra del coche le otorgaba a sus rasgos más misterio y sensualidad, lo que provocó que ella se estremeciera al sostenerle la mirada. Julián la apartó y empezó a conducir por las calles de Sevilla. No parecía con prisa por llegar a casa y Raquel no supo cómo tomárselo.
—No sabía que estudiases por aquí, te hubiera empezado a recoger mucho antes. Total, vamos los dos al mismo sitio… —comentó para que no los engullera el silencio.
—Estudio un grado en la Facultad de Bellas Artes, aunque no sea el de Bellas Artes… Si recibiste mi dibujo te habrás dado cuenta de lo mucho que me gusta todo lo relacionado con eso.
Julián la escuchó con atención. Notó, por el tono de su voz, que aquello le apasionada incluso más de lo que dejaba ver con sus palabras. También lo había podido comprobar con el retrato que había dejado en su buzón días atrás.
—Me encantó el retrato.
Raquel, que había estado mirándole durante todo ese tiempo, desvió la mirada. Intuía que le había gustado, pero oírlo de sus labios era más maravilloso de lo que había imaginado. Además, sabía que no lo decía por cumplir con ella.
—Me alegro porque era lo que esperaba —dijo con una sonrisa, volviendo a mirar su rostro, aunque él no hiciera lo mismo mientras conducía.
Pero llegaron a un semáforo en rojo y, tras frenar, Julián la volvió a mirar de esa forma que la estremecía: entre misterioso y fascinado.
—Si quieres, puedo dibujarte en una pose determinada, algo así como una sesión fotográfica de las que haces, pero más lento. Así tú tendrás la sesión de fotos que te encargó mi madre y yo tendré varios dibujos, o uno muy elaborado, sobre ti. ¿Qué te parece?
La idea de que ella le dibujara no le disgustaba, al contrario, por alguna razón deseaba que llegara el momento. No tenía ni idea de qué tendría pensado para dibujarle, pero confiaba en ella igual que sabía que ella confiaría en su criterio como fotógrafo.
—Me parece bien —respondió y volvió a centrar sus ojos en la carretera en cuanto el semáforo se tornó verde.
Raquel apoyó la cabeza en el cristal de la ventanilla del copiloto y cerró un poco los ojos. No por sueño, sino para dejar que su imaginación volara. Con el tiempo que había pasado podía permitirse el lujo de pensar en él de la forma que quisiera. Ella era la única dueña de su mente, igual que lo era de su cuerpo y de sus acciones.
Llegaron a su destino sin que ninguno de los dos se percatara. El coche entró en el garaje del edificio y, tras aparcar, en lugar de salir del vehículo encaró a su acompañante. Raquel no tuvo tiempo de decidir qué hacer, pues la mirada intensa de él la atrapó por completo.
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